Seguramente ningún lector de "Lituma en los Andes", de Mario Vargas Llosa, guardó en su lista de personajes agradables al cantinero Dionisio.
"Lituma en los Andes", Mario Vargas Llosa |
Si en el comienzo del relato su aspecto es temerario e inspira rechazo, hacia el final lo que hace y lleva a hacer a los demás ... (¡no digamos más!).
En fin, virtudes no sé si Dionisio tiene muchas pero al menos una sí y que me parece vale la pena recordar. Su instinto, capacidad, don o mejor dicho:
su actitud, su convicción de poder crear cosas con palabras.
¿A qué me refiero?
Si no conocen la historia, imaginen un paisaje de sierras andinas desolado, crudo, pobre, desconectado del mundo y vean lo que Dionisio dice (¿crea?) allí:
Él [Dionisio] estaba ahí, vendiendo pisco de unas tinajas que cargaban unas mulas, en lo que era entonces la placita de Naccos, donde está ahora la oficina de la compañía. Había puesto unos tablones sobre dos caballetes y un cartel: "Ésta es la cantina."
O este otro párrafo que conocemos de la boca de su esposa:
Al anochecer del segundo día, Dionisio me cogió de la mano, me hizo trepar una cuesta y me señaló el cielo. "¿Ves ese grupito de estrellas, allá, formando una corona?" Se destacaban clarísimo de todas las otras. "Sí, las veo." "Son mi regalo de bodas."
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